Cuando Manuel Alfaro llegó a Madrid desde Soria en 1918 no imaginó que las bodegas que llevarían su apellido serían parte de la iconografía del casticismo del siglo XX. Hasta tres bares llegó a tener repartidos por Madrid, aunque es el de la calle Ave María 10 el que mejor conserva la estética y el modus operandi que su fundador impulsó: vermú de grifo y barra de zinc. Esta taberna mítica de Lavapiés aún conserva los portones de color rojo que señalaban, entonces, que en ese local se servía buen vino. Se dice que aquí se comían las mejores anchoas cántabras de la capital y actualmente sus boquerones en vinagre permanecen en el top 10 del aperitivo madrileño.